Hace 40 años, un grupo de abogados jóvenes que asesorábamos a trabajadores y sindicatos en dictadura, ante los tribunales y organismos administrativos, decidimos crear una organización propia para actuar mancomunadamente.
Nacimos en clandestinidad, con colegas de distintos signos políticos y formas de trabajar, lo que nos obligó, en aras de la unidad, a reunirnos con temas a tratar cortos y precisos para definir, adoptar y ejecutar directrices comunes para obtener mejores resultados.
Muchas veces nuestras posiciones políticas nos enojaron, pero salía la luz y dale con la situación laboral.
Han pasado los años, atrás quedó la máquina de escribir, el papel calco, el mimeógrafo; también los seguimientos, las golpizas y detenciones.
Y aquí estamos en la misma senda y en un momento político crucial, con la AGAL fuerte y ya reconocida institucionalmente por los gobiernos, parlamento y hoy en la Convención Constituyente.
Menuda tarea afrontamos, la misma de otrora: poner a los trabajadores y a sus organizaciones en un sitial de autonomía con real protección jurídica.
Pocos iniciamos la AGAL, algunos ya no están, pero hincha el corazón cuando vemos hoy que esa idea floreció y se esparce vigorosa con nutrientes jóvenes, estudiosos, preparados, con ganas de aportar a las trabajadoras y trabajadores y sus organizaciones sindicales bajo la simple idea de la solidaridad en todos los ámbitos de la sociedad.
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